LA VIDA NO TIENE SALIDAS.
Cuando las distancias se alarguen
y comiencen a perderse en los intersticios de la ciudad
las caras y los lugares conocidos.
Cuando los amigos se hayan convertido en otros,
cuando casi todos hayan dejado atrás sus sueños, sus esperanzas,
aquellas fuerzas, aquellos deseos de imposibles al alcance de la mano.
Cuando los dolores y los malestares parezcan una parte inevitable de la vida,
una parte nueva que empuja hacia abajo,
que tiende a derribar, a buscar el encierro, el aislamiento.
Cuando la muerte, vana y vacía parezca rondar todo el tiempo
con su amenaza de ausencia y silencio,
con su amenaza de olvido, falta de sentido y final rotundo. Inapelable.
Allí, en esa zona compleja de la vida que siempre sorprende,
cae encima de los cuerpos como una pared, como un alud,
cae siempre como algo brusco, repentino, inesperado
por más que todos lo hayamos visto en otros.
En esa zona, decimos, es donde la vida pone a prueba a sus criaturas.
¿Cuanto hemos aprendido?
¿Cuánto hemos trabajado en esa carne dolorida que somos?
¿Cuánto hemos comprendido de nuestra pertenencia a la vida?
Cuando parezca que todo se ha terminado
que no quedan opciones, que no hay salidas.
Entonces, recordemos, grabémoslo en lo más profundo,
en lo más íntimo de nuestros instintos que
la vida no tiene salidas.
No busquemos lo que no hay.
¡Entradas!
La vida se trata de entradas, de lazos, de contactos.
Hace falta siempre jugar una vez más.
Hace falta insistir en las diferencias,
en lo nuevo, en lo más central y propio de cada uno.
En lo verdaderamente antiguo. Central.
La vida tiene entradas,
miles, infinitas formas de entradas.
Ella no se cierra a nosotros,
es imposible, somos parte de ella.
No temas.
Arrójate.
Vuela.
Zambúllete.
Nada en ella.
No te apartes.
No te equivoques,
no hay salidas,
entradas, sólo entradas.
Conexiones y reconexiones.
De eso se trata.
No hay más.
Enrique 17 / 02 / 08
A todos los que padecen sin saber por dónde seguir.